Ucrania, incorporada a la Unión Soviética desde 1922 había visto el final de la Segunda Guerra Mundial a mediados del año 1945, pero sin embargo el conflicto en el Pacífico terminó un poco más tarde con los bombardeos atómicos sobre Hiroshima y Nagasaki.
Iósif Stalin, el máximo líder soviético, estaba muy sorprendido y a la vez preocupado por estos ataques. ¿Cómo sabía que no iba a ser el próximo objetivo? el dirigente ya había sido advertido en 1942 de las investigaciones americanas en materia nuclear, pero los rusos, ocupados con la guerra estaban algo retrasados en su proyecto: el Proyecto de la Bomba Atómica Soviética.
El régimen ruso ya había dispuesto algunas medidas de emergencia ante un posible ataque nuclear, pero necesitaba también proteger su ejército, en este caso particular, su flota de submarinos que era de vital importancia para este tipo de guerra, así pues, discretamente encargó a su mano derecha Lavrenti Beira, que en ese momento se encarga del proyecto nuclear, la búsqueda de un lugar para proteger y reparar su flota de submarinos en caso de emergencia.
Balaklava, formada por una sinuosa y larga bahía rodeada de montañas hacía del lugar uno prácticamente imperceptible desde mar abierto, sólo la fortaleza Genovesa de Chembalo del siglo XIV, ahora un atractivo turístico, saludaba a los marineros en el pasado. Sin duda un lugar perfecto para la base si encima pensamos en ubicarla de forma subterránea. Los aviones espías, muy de moda en la Guerra Fría no sospecharían nada. Se pensaron entonces en unas instalaciones cuya tarea principal sería la reparación y rearme de los submarinos, así como repostaje de combustible y reemplazo de las baterías.
Los mismos ingenieros soviéticos que diseñaron el metro de Moscú (donde ya habían construido alguna estación con una sección más profunda para resguardar a los ciudadanos en caso de una guerra nuclear) aparecieron ante los atónitos vecinos con herramientas gigantes para “enterrar” el complejo en la montaña, de la cual fueron necesarios extraer unas 120 toneladas de roca.
La fortificación necesitaba funcionar como un lugar autónomo, así se podrían seguir realizando las tareas necesarias con respecto a los submarinos ante un ataque nuclear de hasta 100 kilotoneladas. Las obras finalizaron en 1961 y el lugar fue provisto de todo lo necesario para ser autosuficiente: tanques de combustible, vías de transporte interno mediante raíles, almacenes de agua potable y comida, baños, habitaciones, comedores, un hospital, y hasta lugares de recreo para el personal. Todo acondicionado con un sistema de ventilación autónomo entre otros. Esto podría asegurar el funcionamiento de la base durante un tiempo oportuno en caso de amenaza, en este caso para aproximadamente 3.000 personas durante tres años.
La montaña contaba con una supuesta entrada y una salida, unas “puertas” muy pesadas camufladas con redes y piedras habilitaban el acceso al gris y laberíntico recinto. La instalación contaba con un canal de más de 500 metros por el cual los submarinos pasaban para llegar a alguno de los talleres de reparación. Muchas de las paredes de hormigón tenían un espesor de unos 3 metros y también existían arsenales de torpedos, misiles nucleares y otras armas y un dique seco para facilitar las reparaciones.
Las instalaciones soviéticas podían dar cabida a 7 submarinos cómodamente y hasta 14 si fuese necesario. Casi la población entera de Balaklava trabajaba en la base, era tal el secretismo que incluso los familiares de los trabajadores no podían visitar la ciudad sin una buena razón y la identificación necesaria. Todavía ahora entre los más viejos de la localidad podemos encontrar a gente que trabajó en el lugar.
En 1991 la Unión Soviética se venía abajo, tanto Balaklava como la base pasaron a la jurisdicción de la Ucrania independiente, pero no sería hasta mayo de 1994 cuando el último submarino ruso saldría de la bahía de Balaklava, y con él se llevarían todos los documentos comprometedores. La base fue protegida durante un tiempo y desde el 2003 se puede visitar como museo y podemos disfrutar recorriendo el complejo e imaginando lo que era la vida allí. Actualmente, Balaklava es un pueblo costero volcado hacia el turismo de muy recomendable visita por toda su historia.
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